jueves, 20 de abril de 2017

La Guerra como síntoma de la decadencia histórica. La mujer en la guerra.



Facultad de Psicología, UNAM. IV aniversario
La Guerra como síntoma de la decadencia histórica.
La mujer en la guerra

Marie Langer, México, 15 de febrero de 1977


            Es difícil hablar de la Mujer y la Guerra, con mayúscula, en términos generales. Por eso pido disculpas si empiezo hablando de mí misma.

            Tenía 4 años, cuando estalló la primera Guerra mundial. Mi familia, de burguesía acomodada, vivía en Viena. Mi padre era oficial de reserva del ejercito imperial, mi madre una linda mujer, talen­tosa, histérica y frustrada. Tocaba el piano, cantaba, se aburría y discutía con papá, con las sirvientas y con nosotras.  Además, leía a Schopenhauer y pensaba mucho en el amor -Sobrevino la guerra- Mi padre se marchó al frente y mi madre cambió. Junto con una de sus hermanas organizó con eficacia totalmente inesperada para ella un hogar para niños refugiados y huérfanos de guerra, que empezaban a llegar en oleadas, del frente del Este.  Mamá ya no era más frustrada, ni histérica y creo que, a pesar de la ausencia de mi padre, era casi feliz, o feliz de una manera que antes no había conocido, ni siquiera a través del amor. Al año, mi padre logró ser declarado imprescindible en la retaguardia. Volvió inesperadamente. No encontró a su mujer en casa, mamá estaba en su trabajo. Mi padre no se ofendió, no era ningún tirano, pero era natural -y así también lo comprendió mi madre-, que ella presentara al día siguiente su renuncia. Y todo volvió a lo que era antes. Mamá tocaba de nuevo el piano, tenia largas pláticas con uno u otro amigo y volvió a la histeria.

  
            Este relato suena irónico, pero de hecho me duele profundamente. Tengo mucha compasión por "la dama" de principio del siglo y mucha furia por tanta fuerza, tanto talento desperdiciado. Eran estas mujeres las pacientes de Freud. Analizándolas, Freud  descubrió  las raíces de la histeria (la represión sexual) y la envidia del pene.

            Ya antes de llegar a la adolescencia se me hizo claro, que no querría ser como mi madre. Que de adulta querría los derechos que tiene el hombre (¿envidia del pene o rechazo a una vida vacia?). Pero para adquirir estos derechos, pensé, hay que estudiar y trabajar, como él.  Más tarde empecé a comprender también, que con eso no bastaba, porque en mi país había partidos, cuyos integrantes estaban indignados con los derechos y las libertades que las mujeres habían conseguido durante la guerra, y [que] defendían tenazmente después. Estos partidos eran clericales o nacionalistas. De todos modos eran reaccionarios. Pero eso era fácil, darse cuenta que si una pretendia que la mujer lograse igualdad de derechos con el hombre, debería militar en la izquierda.
 
Triunfo de la Republica española  (1936)

            Me recibí de médica en la época en la cual el fascismo y el nacionalsocialismo progresaban peligrosamente en Europa. En los diferentes países los de la izquierda peleábamos como pudimos contra la reacción, perdiendo constantemente. Por eso, cuando estalló la guerra civil española, surgió entre los partidos de izquierda el lema: “Para combatir el fascismo, hay que luchar en España”. Nos fuimos, mi compañero y yo, como médicos a la guerra. Y, dicho sea de paso, eso nos salvó la vida, porque cuando Hitler invadió Austria, ya estábamos lejos.

            Esta fue mi experiencia, pero parecer menos personal y más objetiva, me remito a “Sisters in struggle 1848-1920” (hermanas en la lucha) de Debby Woodroofe, feminista y socialista Norteamericana. (Pathfinder Press, Inc. New York 1971). Cito: “Como durante la guerra civil, la primera guerra mundial sacó a gran número de mujeres de sus hogares, las transformó en fuerzas militares auxiliares o las hizo entrar en la industria. Las mujeres trabajaron en muchos terrenos…” Pero nos describe también, cómo esta situación no solamente reforzó a los movimientos feministas, sino, una vez terminada la guerra, fortaleció también la oposición al voto femenino.

            En una época prehistórica las guerras despojaron a la mujer de sus derechos, en otro momento histórico favorecen su liberación, pero sin resolver de fondo el problema de desigualdad de los sexos. Dicho de otra modo, existe un vinculo díaléctico entre la guerra y la emancipación de la mujer.

            Muchos historiadores burgueses nos describen las guerras como inevitables, remitiéndose a la antigüedad, sostienen que lo que hubo en el pasado, también existirá forzosamente en el futuro. La naturaleza de los hombres lo dictamina así.

            Esta tésis es sostenida por muchos psicoanalistas. Argumentan que las guerras existen porque satisfacen las tendencias agresivas y tanáticas, innatas del hombre.
            Pero nosotros, también analistas, no pensamos así.  Pensamos que debemos mucho a Freud, él descubrió a nivel del individuo sus motivaciones inconscientes, [así] como también a nivel  social,  este indivuduo se forma y es formado dentro de su núcleo familiar.  Pero pensamos también que hay ciertas teorías de Freud que inevitablemente fueron marcadas por la ideologización propia de su clase y momento histórico. Y justo los dos items de esta disertación -que Freud pensó y escribió sobre la mujer y la guerra- sufrieron este proceso.

            Finalmente mencionaré la teória marxista con respecto de las guerras: son expresión de la lucha de clases y del imperialismo que busca mantener el status quo -los privilegios de su clase dominante y ofrecer cierto bienestar a su clase dominada a costa de los explotados de otros países- Además, son los  historiadores y antropólogos marxistas quienes sostienen, que no siempre ha habido guerras. En los milenios de la historia del género humano [las guerras] hacen tardíamente su aparición.

            Antes de describir, como empezaron las guerras, me permitiré volver a lo personal. Quiero hablarles de una experiencia que seguramente comparto con muchos de ustedes: El placer y la fascinación súbitos por determinado descubrimiento intelectual, por lograr ver y entender detrás de las apariencias lo latente, [lo] fundamental. Me pasó con Freud, me pasó con Marx,  perder casi de golpe, la “ingenuidad” adquirida en un largo proceso de deformación educacional y aprender otra lecutra de la realidad psicológica y de la realidad social.

            Volviendo a nuestro tema, algo parecido experimenté al conocer la lectura feminista –marxista que Ernesto Borneman[1] – para mí un desconocido hasta poco tiempo atrás, hace de nuestro acervo cultural mas estimado ética y estéticamente. Analiza obras, leyes y costumbres sexales de la cultura patriarcal helénica y romana, del estudio de la Ileada, de la Odisea, de Platón, de Seneca de la lex y la pax romana, [y] nos demuestra como esta cultura, tan venerada por nosotros, tan enseñada a la élite de nuestra juventud, se basaba en las guerras por la mala conciencia frente a la mujer y el temor a ella.

            Pero antes nos habla de la sociedad matrista, sin clases, sin propiedad privada, sin privilegios –cada uno recibía según sus necesidades, y por eso también sin guerras-.
Los intrumentos de trabajo encontrado, perteneciente a esta época lejana, sirven únicamente para la agricultura o para la defensa contra animales salvajes, pero no para la guerra. Las poblaciones primitivas muestran construcciones defensivas y precarias, y [los] protejen contra animales, pero carecen de fortificaciones. Borneman sostiene que la palabra matriarcado no debiera usarse, por significar dominio de la madre. (la raíz griega archos se traduce [como] dominador). Sin embargo esta sociedad, toda propiedad era colectiva y los lazos familiares matrilineares carecía de gobierno, en el sentido que nosotros damos a esta palabra, pero eran mujeres las elegidas para coordinar las diferentes tareas. Y ya que no esistía la propiuedad privada, ni hombres, ni mujeres, ni niños eran pertenencia de otro.

            Como cada cual recibia según sus necesidades, colaboraba tambien segun su capacidad. Aunque la distribución de trabajo no era demasiado estricta, las mujeres, al dedicarse principalmente a juntar alimentos y, mas tarde a una agricultura primitiva, aportaban la mayor parte de los medios de subsistencia, mientras que la contribución de los hombres, a través de la caza, era mas insegura.

            Surge el patriarcado cuando el hombre empieza a domesticar los animales que hasta entonces había cazado, del ganado aprende que la fertilidad de la hembra produce riqueza, [y]también aprende el papel del macho. Mientras que la tierra comunal es dificil de dividir y por eso no se presta para ser heredada, el ganado se divide o se roba con facilidad. Y como los animales hembras pertenecen ahora al hombre, y el saca riqueza de sus fuerzas reproductivas, se apodera también de la fuerza reproductiva de la mujer, y del niño, su producto.
            Así se produjo en Europa y parte de Asia la “revolución neolítica” en la cual el hombre despoja a la mujer, y junto con el patriarcado, surge la raíz del individualismo y de la propiedad privada. Al descubrir a ésta, el hombre transforma a la mujer y a los hijos en su propiedad. La sociedad se vuelve patrilineal y patariarcal y junto con la represión sexual de la mujer y el derecho a la herencia, se desarrolla la ideología del robo, de la competencia y de la glorificación del asalto armado como medio de apropiarse de la riqueza ajena. Así surgió la guerra, así la familia patriarcal.
           
Mimi y su padre
            Borneman analiza despues las dos grandes sociedades patriarcales de la antigüedad, la griega y la romana. Estudia su superestructura artística, legal y sexual, demostrando cada vez, como el hombre intenta reafirmar su poder y negar hasta la capacidad biológica de la mujer. El ejemplo mas extremo es, tal vez, la ley que regulariza el reconocimiento de los hijos. Un hijo solamente es aceptado como tal en el seno de la familia, si el padre le levanta en brazos, [pero] puede repudiarlo, entonces el niño es expulsado y será expuesto o vendido como esclavo. El  padre puede reconocer como hijo legítimo tanto al que ha engendrado con su esposa, como al que le dio su amante, como [reconocer] a su amante misma. También puede, adoptándolo, reconocer como hijo e incluirlo en su familia, a cualquier muchacho compañero homosexual. Ya que él es quien tiene hijos, no necesita más de la mujer. Se procura descendencia, donde, como y cuando quiere, y la mujer pierde su último soporte. La jurisprudencia romana, tan admirada y estudiada todavía en nuestra sociedad actual, vence a la biología, y la maternidad ya carece de todo derecho, mientras que la paternidad, siempre tan insegura como recalcó Napoleón, se torna indiscutible, hasta contra toda evidencia, como en el caso de adopción.

            Las guerras contínuas socavaron a Hellas y Roma. Gracias a estas los hombres tuvieron que aflojar las riendas y las mujeres lograron cierta emancipación, tanto en el terreno social, como sexual. Hellas había sucumbido a Roma. Roma entró en decadencia y como corolario de las guerras, la crueldad de los césares y de la clase dominante llegó a extremos impensables. Finalmente los romanos sucumbieron frente a los “bárbaros”, que en el aspecto que aquí nos interesa, no eran tales. Quisiera hacer una analogía: En nuestra época la guerra es una amenaza constante. Un sistema caduco se defiende con extrema crueldad y violencia contra un cambio radical. Pero la mujer está en el camino de la liberación.
            ¿Cómo deberá seguir este camino? Boreman lo define de la manera siguiente: “No a través de la igualdad de derechos con los patriarcas, sino a través de la destrucción del sistema patriarcal y la construcción de un orden social alternativo. Basado en las culturas sin clases de nuestra prehistoria podrá liberarse la mujer”. Entonces también se liberaría del hombre y entonces, agregaría yo, se terminarán las guerras.


[1] Ernesto Borneman: Das Patriarchat, Ursprug und Zukunft unseres Cesellschaftssystems. (El patriarcado, origen y futuro de nuestro sistema social). S Fischer, Frankfurt am Main, 1975.

No hay comentarios.: